Mañana de domingo

Un hilo de plata y barro, atravesado de verde y arena, cruza por debajo de ese puente que me lleva a alguna parte, y que también me trae de vuelta. Cada vez que paso, dos veces por semana, mientras siento el toc-toc, toc-toc del automóvil que marcha sobre las secciones del camino del puente, veo ese hilo de agua y me pregunto dónde termina, si es que termina en alguna parte, definitivamente, o es un mero continuar de miles y miles de hilos distintos y semejantes que van y cruzan y vienen sobre esta tierra. Y a la vez me pregunto qué tienen de distinto con los hombres, que van y cruzan y vienen sobre esta tierra.

La mañana de este domingo, último día del mes de agosto, me comunica, con la tibieza del aire, que la primavera está pronta a llegar, ahí nomás, y entonces recuerdo que hoy es el cumpleaños de un primo lejano, en espacio y en sentimiento, pero aun así lo recuerdo, por la fuerza de esta memoria mía que no me deja olvidarme. Decido entonces que le enviaré un mensaje, saludándolo por la fecha, casi sabiendo ya de antemano que él no lo va a contestar, por pereza, por ocupado, por aquella lejanía que nos separa. Está bien. Se lo mandaré, de todas formas. Al mediodía un río de nubes pálidas y desmañadas me invita y me lleva a tomar la bicicleta y dar una vuelta por la calle costanera de ese otro río que no me lleva ni me invita pero que siempre se está llevando algo consigo.

La bicicleta, una simple bicicleta de paseo, con el cuadro descascarado y herrumbrada en los guardabarros, me carga a la rastra, forzando mis músculos y mi ánimo. Llegar llegaré, me digo; en alguna súbita pendiente cuesta abajo de las calles me dejo llevar descansadamente por el rítmico rodar de las ruedas y el tiqui-tic del guardabarro trasero flojo, que no afloja en su tiqui-tic. Y luego, tomando impulso en el último tramo de la cuesta abajo, me acomodo y me preparo pues enseguida viene la cuesta arriba, y hay que subirla, hasta la meseta, para después sí seguir a un pedaleo normal hasta las vías del tren, que ya casi no pasa por acá. Cruzando las vías se puede elegir, tomar el atajo por el club de tenis y la cancha de fútbol, o dar la vuelta por la zona de Prefectura y enganchar ahí la calle costanera.

            Todo esto, claro, lo haría si tuviera las ganas suficientes para hacerlo. Pero no: no están, no vienen. Ahora estoy muy cansado, y simplemente me quedaré aquí echado en la hierba mirando las nubes pasar. Tal vez mañana, acaso…

 

por Sebastián Bekes

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