Extrañaba las astillas en las manos,
en los pies,
las estacas de madera en el antiguo nácar de mi pecho,
salir al sol en truco de sombras,
volverme pequeño como un gato azul
pintado en temperas
dos líneas negras surcando el aire
tajo en el cielo
y llover.
Repartirme en el aire sin pérdida, sin importancia,
bolsa vacía llena de viento,
o flotar sobre un tronco en un lago desconocido
siempre de noche y fumar
porque el cigarrillo en los dedos sitúa, ordena
y calienta con el humo el pecho cuando el frío quema y hay que bajar
cinco a la izquierda, tres a la derecha y otras tantas al fondo
los bordes, la periferia,
ni una sola puta idea tiene del lugar
ni una sola idiotez te mantendría vivo.
Desparramarse
derramarse
atomizarse
arrojarse al mundo como si nada fuera
renacer en la humedad de unos párpados
o en la única gloria
de hacerse charquito de agua
y que el primer sol de la mañana
absorba lo que quede de mí.
Hernán Lasque
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