Llena de viento, una bolsa de nylon roza el vidrio de una ventana. Cortinas livianas, ligeramente translúcidas, esmerilan su transparencia y no privan la sombra que adentro una luz de velador anima. Afuera, en la esquina de abajo, hay una parada de dos líneas. El colectivo que viene, trae consigo pasaje. Suenan frenos y fuelle de puertas; fricción de aire, metal y caucho. El viento lobo, aúlla; la bolsa, trepa una pendiente en el aire. El vidrio de la ventana no cierra enteramente; en un costado, la tela, tiembla. Pierde altura la bolsa, cae, el colectivo la pisa y gira adherida a la rueda, finalmente queda en el fondo viscoso de un charco de agua y restos de aceite.
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El bastón que se apoya en la vereda, tiene en la punta un capuchón de goma. Es, hasta la empuñadura, totalmente de madera.
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Adentro, la ceniza cae silenciosa, gris. El velador se apaga, la oscuridad traga toda sombra. El timbre suena en una habitación contigua, vacía. El cigarrillo crepita y brilla, humea furtivo. Golpea viento en el vidrio y zumba por la hendija del costado sin cerrar.
Puerta de entrada, también abierta. Bastón y suelas, de madera; sin embargo, mudos en el palier por la alfombra. Escalera. Primer piso. Pasillo. La primera puerta, nada. Pegada a la segunda, una bolsa de basura dispuesta para el desalojo derrama un hilo de líquido negro, marrón o verde; el foco del pasillo no ilumina. En la tercera puerta un televisor encendido. Cuarta, 4°D. La empuñadura del bastón es de bronce, como el picaporte que niega el acceso a uno, dos, tres intentos en falso. Al mismo tiempo, en el interior la ventana se abre hacia la esquina, el viento se mete y atraviesa el ambiente, sopla por debajo de la puerta opuesta los zapatos del otro lado. Donde amarillea discontinua la luz del foco pegado al cielo raso; pasillo en el que ya resuenan bastón, madera y taco y redoblan en la escalera. Se alejan. En el hall de entrada, los puntazos apagados sobre la alfombra, la puerta de hierro y vidrio que se abre a la calle y todo su ruido, su exterior, se mete, la frenada del colectivo y el violento despegar de la parada, el estallido de un vidrio hundido en la garganta del viento y un auto que para donde antes el colectivo, sobre el charco. El bastón, ajeno e involuntario rescata la bolsa voladora hundida en el fondo viscoso. El auto se lanza tras el colectivo. Atrás queda la ventana abierta, la vía de escape de aquella sombra. La punta del bastón golpetea el piso del auto, desgarra la bolsa apretada contra la suela, como si esta tuviera la culpa de algo, acaso de su eternización.
Hernán Lasque