– Bueno, ¿y qué lo trae por acá?
– Intenté suicidarme.
– No diga.
– Sí.
– Ya veo… ¿y por qué?
– No sé.
– ¿Cómo que no sabe?
– No sé, no me acuerdo.
– No me diga que está amnésico.
– No.
– ¿Cómo se llama?
– Juan Ramón.
– ¿Qué?
– Adalberto Raúl Julián…
– Pero, ¿cuántos nombres tiene?
– No recuerdo, digo lo primero que me viene a la mente.
– ¿Y qué le viene ahora?
– Que usted tiene mal aspecto.
– ¿En qué sentido? ¿Como de enfermo?
– Digamos…
– Para haber intentado suicidarse no está muy lastimado.
– Es que calculé mal y caí sobre un árbol, lo que amortiguó bastante el golpe.
– Ya veo… ¿cómo se siente?
– Bastante bien.
– Bien. ¿Todavía no recuerda por qué se tiró?
– La verdad, no.
– Bueno, no importa, ya averiguaremos.
– ¿Y ahora qué?
– ¿Qué de qué?
– Que qué sigue.
– Ah, rutina, lo de siempre. ¿Quiere dar un paseo?
– ¿Por dónde?
– Por las nubes… ¿por dónde va a ser, hombre?
– Sí, claro. No, disculpe, lo que pasa es que aún estoy un poco confuso con esto del suicidio, digo, con el intento de.
– Sí, sí, comprendo, no se preocupe. Lo entiendo perfectamente. ¿Viene, entonces?
– Sí, claro, me hace falta un poco de aire fresco.
– Por supuesto, ¿cómo dijo que se llamaba?
– Luis Carlos.
– Ah, sí. Entonces, Javier, ¿qué le parece?
– ¿El jardín? Muy lindo. La verdad, muy lindo. Se ve que lo tienen bien cuidado. Los canteros con flores, y el césped recién cortado.
– Tal cual, ni que fuera el Jardín del Edén.
– Ajá, sí. Quién sabe cómo será, ¿no?
– Sí, quién sabe.
– Y esos árboles, ¿de qué son?
– Son frutales. Hay de todo un poco: durazneros, naranjos, manzanos, perales, y así. Hasta un par de more-ras.
– ¿Y ese grande de ahí, en el centro?
– Ah, ése es el Árbol del Bien y del Mal.
– Ajá, sí…
– En serio.
– Sí, y yo estoy muerto y enterrado y éste es mi espíritu.
– Ni más ni menos.
– No bromee…
– Está bien.
– ¿Y usted cómo se llama?
– Pedro.
– Me está cargando.
– No, ¿por?
– No, por nada, disculpe.
– ¿Qué pasa? ¿Qué piensa?
– Nada, no sé, estoy confundido. Es que por un momento creí que se burlaba de mí.
– No, para nada, para nada.
– Y esa gente, ¿qué hace por acá?
– Algunos trabajan, otros sólo pasean y se divierten un poco.
– Qué raro…
– ¿Por qué?
– No sé, nunca hubiera pensado que en una comisaría hubiera gente divirtiéndose. ¿Por qué sonríe?
– Bueno, lo que pasa es que ésta es una comisaría especial.
– ¿Cómo?
– Es sólo para gente que se… que intenta suicidarse.
– Ah, ya veo.
– ¿Le gusta entonces?
– Sí, sí, muy bonito, muy bonito. ¿Cuándo podré ver a mi familia?
– Eso va a demorar. Comprenderá que usted ahora está incomunicado.
– Ah, cierto, claro. Pero, ¿por cuánto tiempo?
– Eso depende.
– ¿De qué?
– De varias cosas.
– ¿Por ejemplo?
– Bueno, de cómo se adapte usted al lugar, cómo responda al tratamiento…
– ¿Tratamiento?
– Claro, no pensará que está aquí de paseo. Después de lo que usted ha hecho, necesita pasar por un tratamiento para recuperarse y para asegurarnos de que no lo vuelva a hacer, ¿comprende?
– Eso creo. Pero, digo, quién les asegura que no lo volveré a hacer nunca más.
– Bueno, para eso es justamente el tratamiento. Además, le haremos pruebas y más pruebas para cerciorarnos por completo. No se preocupe, sabemos lo que hacemos, tenemos eones de experiencia en este asunto.
– A usted Pedro sí que le gusta usar palabras raras: eones, Árbol del Bien y… pero otra vez, dígame, ¿de qué cornos se ríe, eh? Oiga, hey, no se vaya, hey, ¿qué es tan gracioso?
por Sebastián Bekes