Ella no recordaba hasta qué año había ido a la escuela.
Se crió en el campo de un país que era este mismo,
que yo no conocía aún
y que era todo el mundo.
Tal vez, decía,
no sepa nada más que cocinar, cuidar las plantas y las flores,
recitar poemas de memoria
y rezar, tal vez decía
cosas como esas.
También decía que era yo,
muchacho pelo negro cejas gruesas
piel de arena ojos de agua.
La abuela era una mujer muy bella
y yo crecí rodeado por su alcance,
sus flores hermosamente cuidadas
que llevaba además impresas en los vestidos que ella se hacía,
y los que le hacía a sus hijas, de las cuales una sería nuestra madre;
o en los manteles, en las servilletas con el perfume de sus manos,
en todo lo que tejía,
que era todo lo que tocaba.
Tejía, era una persona muy bella.
Un día, como el otoño de cada cosa y cada vida,
se fue de esta tierra que yo la creía toda suya.
Mucho tiempo después -acaso hace diez minutos-
escuchando “El jardinero”, de María Elena Walsh,
comprendí porqué la canción siempre me había llegado así tan…
como naciendo,
si cada palabra parece venir de ella,
el tesoro mejor
canta María Elena,
o la canción que cantaba en ella: el amor
librito de yuyo
cosas que sólo yo sé
y que
nunca
olvidaré.
Hernán Lasque