Con el comienzo del 2025, inauguramos una nueva sección filosófica denominada “Decir la cosa”, a cargo de Rocío Almeida. En esta primera entrega el tema abordado es “La vida como obra de arte”.
La vida como obra de arte
“Jamás podrás hallar las fronteras del alma, por más que recorras sus sendas; tan profundo es su logos” por Heráclito (logos como una inteligencia que dirige a, y está presente en todas las cosas).
Podemos encontrar en la corriente del existencialismo filosófico un acercamiento al concepto de “vida como obra de arte” en muchos de los pensadores que la integran. El existencialismo se encarga de pensar a la vida y lo existente, a cómo el ser humano afecta a lo y los demás, y es a su vez afectado. Miguel de Unamuno dirá que se trata de pensar al hombre de carne y hueso, en lugar de describir lo humano ignorando aquello que nos acontece en lo cotidiano y en nuestra interioridad, en nuestro psiquismo y mundo emocional y del sentimiento.
Si bien la idea de la vida como obra de arte es tomada como tema de reflexión por el existencialismo, se encuentra también presente a lo largo de toda la historia del pensamiento, de una u otra forma, por supuesto.
Remitiéndonos al pensamiento de José Ortega y Gasset —filósofo existencialista— podemos pensar a la vida como un ámbito de despliegue de la posibilidad, y es que este filósofo español nos dice que el ser definitivo del mundo es una perspectiva.
La circunstancia, es decir, aquello que nos sucede, aquello que nos tocó y también lo que no podemos evitar, es la mitad de lo que la persona es. Primero hay que ser conscientes de nuestra circunstancia individual para luego identificar las formas en las que podemos ser creadores en nuestras propias vidas, transformar la circunstancia, y así adquirir distintos sentidos propios, nuestros, de lo existente.
El ser humano tiene un espíritu constructivo, creador. Desde los inicios de los tiempos hemos desarrollado esta cualidad, que nos ha traído a todo lo que hoy somos y lo que podemos seguir siendo. Jacob L. Moreno funda al psicodrama bajo la idea, entre otras, del Dios-Yo, tomada de inspiración del panteísmo y de la perspectiva nietzscheana. El Yo se ocupa de ver, pensar, odiar, sufrir, imaginar y transformar la circunstancia. El Yo es un hacer, un actuar. Ahí está su poder, y por eso se lo relaciona con Dios.
Unamuno nos habla de la vida como novela y Ortega y Gasset de la vida como ficción. Unamuno dice que la vida no merece ser soñada bajo una forma sistemática, puesto que el sistema destruye la esencia del sueño y con ello la esencia de la vida. El artista, nos dice Friedrich Nietzsche, no se fija sólo en las verdades establecidas como verdades, sino que va más allá, con su espíritu creador, aventurero, buscando ampliar su vida, su mente, su sentir, dejando aflorar su ser, y así vive en mayor libertad, reconociendo sus posibilidades.
La fijeza, los límites impuestos o autoimpuestos, llevan a una vida encerrada en sí misma, donde aceptamos lo que nos sucede como inevitable e intransformable, desprovisto de sorpresa y de luz.
Considerar al mundo y a la circunstancia como algo definitivo, es reducir la vida a una sola perspectiva. El vitalismo —corriente de pensamiento que va de la mano con el existencialismo— en cambio, busca recobrar la ilusión del vivir. Como dice Gasset, “el vivir por el vivir mismo”. Y como considera el existencialismo: reconocer la angustia, el sinsentido, lo absurdo y lo perverso, no niega la vida, la describe para poder seguir haciéndola.
Rocío Almeida