Ética, comunidad y memoria

En una sociedad centrada en el consumo, tendemos a enfocarnos en qué es aquello que podemos hacer que nos haría sentir más realizados, frente al esfuerzo que implica realizar las tareas que nos permiten subsistir. Dice Severino Di Giovanni en El derecho al ocio y a la expropiación individual, “un cuerpo exhausto, extenuado por el trabajo (…) sólo posee, después de la abrumadora tarea, la pasividad de embrutecerse, porque para esto no necesita más que dejarse caer, arrastrar”. Entonces es comprensible como en la época actual, el entretenernos, consumir y la tendencia a materializar (convertir en objeto) todo, nos sirve de consuelo; medimos nuestro valor de acuerdo a qué y cuánto poseemos, ya se trate de objetos materiales, otras personas, logros individuales y psicológicos, o sociales (status).

Solemos tener miedo de implicarnos y/o entrar en conflicto con nuestra exterioridad, por la inestabilidad e inquietud que sentimos siempre próximas. Así es como nos autoaislamos, nuestra reacción habitual es la de adaptarnos al vaivén, tender al conformismo y la resignación, salvando el mínimo de seguridad que nos permita llevar nuestra vida cotidiana, de modo que caemos en un individualismo, en preservar lo nuestro sin atender a la comunidad y al efecto de nuestras acciones en ella; cómo todo se trata de un entramado de relaciones, donde cada uno sirve al otro, le permite ser y hacer aquello que desea y necesita.

Judith Butler habla de vulnerabilidad y precariedad como rasgos comunes que comparte la humanidad toda. Somos vulnerables y no podemos dejar de serlo, porque dependemos del relacionarnos con otros, de lo que ellos puedan proveernos. Vivimos en precariedad porque obtendremos lo que necesitemos de acuerdo a cómo la estructura -que es todo lo que es más grande que nosotros- se desarrolle (el gobierno, sus políticas y el resto de organismos e instituciones del mundo). Nadie queda exento de que, de la noche a la mañana, su situación se precarice de una forma u otra. Ambas, la vulnerabilidad y la precariedad, nos imponen una obligación y responsabilidad éticas, de procurarnos a todos las condiciones de vida para que colaboremos con el bienestar general en el que siempre estamos incluidos, y que al no ser tal, como todos también estamos afectados.

Aristóteles en Política, reconoce la inseparabilidad entre esta y la ética. Le es propio al ser humano ser un animal político, esto es por vivir con otros y por otros, y tomar decisiones por ellos. Todo acto, incluso los privados e individuales, es político, contribuye con el desarrollo productivo, o no, del espacio común y de la trama emocional que compartimos. Velar sólo por uno mismo es como vivir en una burbuja, ignorando lo que la hace ser lo que es. Ser ciudadano implica ser partícipe del todo político, teniendo voz y voto en una realidad que siempre puede ser otra.

Un gobierno debe garantizar la convivencia común y productiva, las condiciones mínimas para esta, pero puede contribuir con el sentimiento de distancia entre los individuos. Esto pone en peligro la unidad, que es siempre unidad social, afectiva, vital, existencial. Por eso es que hablamos de un poder del pueblo, de lazos sociales de la comunidad, de identidad y de memoria histórica. El conocimiento político abre puertas y ventanas y construye imaginación, a su vez que nos permite formar parte de la trama a la que nunca dejamos de estar invitados y nunca lo haremos. Generar vínculos con los demás es poder, porque, donde la palabra y los sentimientos -que al interior de la mente pueden ser vistos como únicos y propios- son compartidos, hay un saber nuevo que crea fuerza para la transformación colectiva.

Rocío Almeida