Gotas en el pecho

Acostado en la cama, Alberto estiró el brazo para tomar la botella de plástico con agua que estaba sobre la mesita de noche. Acercó la botella a la boca y trató de beber levantando apenas la cabeza de la almohada. Mientras tomaba, algunas gotas cayeron de su boca y se deslizaron por el pecho entre los vellos hacia el hombro del brazo que tenía apoyado en la cama. El agua estaba algo fría, y Alberto sintió un leve estremecimiento en tanto las gotas recorrían su piel. En la calle apenas había sonidos, era temprano aún. La muchacha había pasado al baño, y él, luego de dejar la botella otra vez en la mesa, se quedó mirando el cielorraso de machimbre. No supo si por el frío del agua, o por el suave temblor que ésta le provocó, o por el tranquilo silencio de la mañana, pero de pronto Alberto se quedó como estupefacto observando un punto fijo y a la vez indeterminado del techo. Sus pensamientos comenzaron a fluir en un rápido repaso de los últimos meses, especialmente el último. Hacía ya más de 30 días que estaba de vacaciones, y éstas pronto se acabarían. Se dio cuenta, se dijo (tratando de dilucidar si lo que veía en el techo era una mancha de la madera, o una mosca, o mera suciedad), que no había aprovechado todos esos días libres como él hubiese querido, o como se había propuesto antes de que comenzaran.

Pensó (aquello era sólo una mancha, en definitiva) que debía retomar la senda abandonada, aquella que había determinado seguir durante las vacaciones y que, por un motivo u otro (excusas o demoras en su mayoría), ni siquiera tomó. Bueno, se dijo, hoy ya es sábado, ¿qué apuro hay, después de todo? Bien puedo dejar pasar este fin de semana, considerarlo el último sin obligaciones, y luego…  En ese momento oyó que la muchacha salía del cuarto de baño y, abriendo la canilla de la cocina, ponía agua para calentar en la pava. Escuchó que le hablaba, pero no entendió lo que le dijo. Intentó retomar el hilo donde lo había dejado, y luego…

– ¿Me oís? ¿Querés un café, o preferís mate?

Balbuceó un “como quieras vos”… Y luego, bueno, era el último fin de semana de vacaciones (según se propuso), debía aprovecharlo también, después de todo. Pero el lunes sí, el lunes tenía que tomar la senda, seguirla a como diera lugar, no dejarla, abandonarla ya no más, transitarla hasta que se sintiera satisfecho, contento consigo mismo. Eso era, sí, el lunes, el lunes empezaría. Sin falta el lunes.

Volvió a tomar unos sorbos de agua, y vio que la muchacha (usando una camiseta de él) entraba entonces con dos tazas de café humeante.

por Sebastián Bekes

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