Entrevista a Marta Cot |
Por Fany Postan |
Después de tres encuentros virtuales con Marta Cot, aunque rebosantes de presencia, veo sus palabras danzando alrededor nuestro. Es un ejercicio de percepción entrar con todos los sentidos al lenguaje-mundo que va tejiendo. Cuenta que ingresó a la docencia por una necesidad personal de construir una plataforma de saberes compartidos, para crear obra artística con pares de su ciudad, que es Concordia. Tres semanas es el tiempo máximo que estuvo fuera de este territorio.
Esta entrevista me encuentra en medio de una revolución interior. Cuento esto porque siento que no es algo que únicamente ME pasa… tal vez NOS esté pasando. Lo que desborda en Marta son propuestas que pueden acompañarnos. Nos invita a relacionarnos con el cuerpo, el tiempo y el espacio de maneras que le devuelvan matices a nuestro estar, a nuestra presencia. Creo que esta expansión desde su interior hacia un afuera, que a su vez incorpora a su propia sustancia, la logra gracias a que está enraizada, llevando constantemente nutrientes a sus ramas y con atención en el recorrido. Cierta porosidad, cualidad enredada en su práctica e investigación desde la danza, permite que su experiencia personal devenga sabiduría. Una inclinación social y humana la lleva a mezclarla e integrarla con otros saberes y compartirla.
Sobre la presencialidad
– En nuestro encuentro anterior hablábamos de “presencialidad” y me propusiste buscar la palabra en el diccionario: “Hecho de estar presente”. Cuando te pregunté sobre el límite a la “presencialidad” debido a la cuarentena, vos trajiste el ejercicio de danza que consiste en bailar con los ojos vendados. ¿Cómo relacionás esto con lo que estamos viviendo?
– Es una propuesta que hago yo aunque no soy la única. La inquietud que tengo es que experimenten con los ojos vendados para potenciar las capacidades sensoriales que inhibimos cuando abrimos los ojos. Como la vista es un sentido muy poderoso y que tenemos muy ejercitado, nos vamos acomodando en él y vamos desarrollando menos o inhibiendo algunas otras capacidades de percibir que tenemos, entonces mi propuesta es que trabajen con los ojos vendados justamente para activar y potenciar esas capacidad, aquellas que inhibimos cuando tenemos los ojos abiertos, por hábito, por cultura o por comodidad… Cuando se sacan la venda, la invitación es a que no pierdan toda esa experiencia que han tenido con los ojos vendados, para sumar el sentido de la vista que ya sabemos que tan rico es. Integrar a la experiencia todos los sentidos. Yo me baso en hipótesis (siempre me gusta ponerme hipótesis para poder transitar las experiencias que la vida me va proponiendo). Y entonces pienso que esta situación, en la que no podemos encontrarnos cuerpo a cuerpo, sino que está limitada a un encuentro virtual, quizás nos sirva para desarrollar todas aquellas capacidades que vamos dejando de lado… porque nos acomodamos a la presencia cuerpo a cuerpo, porque es algo que tenemos entrenado, porque culturalmente a nosotros y nosotras nos resulta aprendido desde siempre y cómodo. Esto que nos está pasando sería como entrenar todos aquellos aspectos de la presencialidad para sumarlos cuando tengamos la posibilidad de hacer encuentros cuerpo a cuerpo. Vale que remarque esto: no pienso que esto es no presencialidad y cuando estamos cuerpo a cuerpo sí hay presencialidad. Yo creo que si la presencialidad es el hecho de estar presente, hay distintos modos de estar presente. Se trata de tener conciencia de eso para poder sumar y enriquecer nuestros encuentros cuando puedan ser físicos.
– En el encuentro pasado hiciste hincapié en la práctica, me hablaste de que esta era LA palabra…
La práctica es la actividad de forma continuada que uno realiza de acuerdo a unas reglas convenidas. Siempre que uno practica algo tiene reglas dentro de las que se encuadra para poder practicarlo. Es esa continuidad lo que habilita una experiencia que va dando forma a algo, a un modo de hacer. Pienso que la práctica es el vehículo, la plataforma sobre la que nosotros podemos construir conscientemente algo, que sin la práctica las cosas serían muy casuales (risas), muy dependientes de un momento de inspiración solamente.
– Es muy divertido que me hagas esa pregunta porque yo considero que tengo un alto entrenamiento de estar presente mientras realizo una actividad artística o pedagógica, y sin embargo me cuesta mucho estar presente en mis hechos cotidianos. Me saco los lentes y los dejo y al instante no sé dónde los dejé. Y eso es claramente una indicación de no estar presente. Porque no estar presente es que la mente no esté en el tiempo que uno está haciendo las cosas. En mí son muy evidentes los dos extremos. Me pasa todo el tiempo en la vida cotidiana y sin embargo no me pasa mientras estoy realizando una actividad para la que estoy entrenada. Tengo la práctica de estar dando una clase o en el escenario con todos los sentidos puestos ahí, con todas mis dimensiones corporales. ¿Cuáles son los recursos para una práctica en el estar presente? Creo que primero está la disposición: Estar dispuestos, porque exige la renuncia a algunos modos. Después está la observación de cómo me vinculo con el tiempo y el espacio. Es hacer el ejercicio de no preocuparse por el futuro, ni siquiera por el futuro inmediato. Porque el futuro inmediato es presente al instante siguiente. Es un trabajo mental que está asociado directamente a lo físico porque exige una relajación, exige una postura, y la relajación y la postura son elementos de ambos componentes, tanto del mental como del físico. Estoy trabajando sobre una investigación y unas de mis bases teóricas son “Las tres ecologías” de Guattari, y otra es Deleuze, que lo interpreta a Spinoza. Spinoza, a diferencia de muchos que dicen que todo lo que pensamos tiene influencia directa en el cuerpo, decía que esto no era así. Él pensaba que la mente y el cuerpo son entidades diferentes que no se relacionan directamente sino que son espejos de sí mismos. El diseño de la mente es idéntico al diseño del cuerpo, y cuando algo se mueve en la mente no es que ese algo hace que se mueva en el cuerpo, no es que acciona directamente sobre el cuerpo, sino que lo que se mueve en la mente por espejo se mueve en el cuerpo, pero que en ambos existe la idea de ser uno solo. En la mente y en el cuerpo existe la idea de que son una sola cosa. Lo que se mueve en la mente por espejo se mueve en el cuerpo. Entonces mi postura mental y mi estado mental se reflejan inmediatamente en mi cuerpo, e inversamente también. Antes, cuando tenía mucha menos información teórica (que no es que tenga tanta ahora, solo un poquito más), lo transmitía desde un lugar más instintivo de pura experiencia personal. Decía que si yo no estaba bien y sonreía, hacía el esfuerzo de sonreír, inmediatamente me cambiaba el estado de ánimo. Que no necesitaba sentirme bien para estar bien, que podía generar la transformación desde el cuerpo físico. Después una va encontrando la teoría que fundamenta esas cosas.
La danza y el tiempo
– Te acordás que hablábamos de esta idea de que el año pasado pareciera que no pasó. Quedó en la memoria colectiva como si no hubiese pasado el tiempo, como si del 2019 saltamos al 2021. ¿Qué pensás sobre eso en relación a esto que decís acerca de observar cómo percibimos el tiempo?
– Lo voy a poner en palabras quizás por primera vez. Claramente nosotros teníamos un modo de vincularnos con el tiempo que nos llevaba a medir en producciones, en objetos producidos nuestra vida. Cuando eso se frenó no sabíamos vincularnos con el tiempo de otra manera, así que si no veíamos el resultado de un objeto producido pensábamos que no estábamos viviendo. Y a su vez no podíamos ver que estábamos produciendo otro tipo de objetos, u otro tipo de acontecimientos, que podrían objetivizarse si uno le diera identidad. Digo, no podíamos ver la experiencia como algo objetivable. Y la experiencia la estábamos teniendo, por lo tanto estábamos viviendo… La experiencia como conciencia del experimentar. Busquemos el significado del experimentar (risas, lo busca en el diccionario): “Percibir algo por sí mismo, una sensación o un estado de ánimo”. Claro, la experiencia como hecho de percibir lo que una está haciendo, no como acumulación de hechos. Porque nosotras hablamos de que alguien tiene experiencia como una acumulación de hechos, y en realidad, quizás lo que se pueda acumular son la cantidad de sensaciones percibidas, que hacen que una tenga la oportunidad de transformarlas en conocimiento. Si lo llevas a la pregunta del año pasado, ¿qué nos pasaba? No podíamos percibir como experiencia eso que si estábamos experimentando. No podíamos decir “ah, esto es una experiencia”. Si tengo experiencia hay algo que puedo nombrar, que le puedo poner calidades e integrar a la idea de vivir.
– Si no le damos un espacio para pensar, repasar qué es lo que nos pasó, y seguimos diciendo que no pasó nada, nos quitamos la oportunidad de aprender…
– Exacto. Lo importante, asociado al hecho de estar presente, sería que pudiéramos estar en conciencia en el momento que está sucediendo. Sin juicio. Eso es lo que nos mata, el juicio. Ese es otro de los elementos importantes para estar presentes: no habilitar juicios de valor sobre lo que nos sucede. Estoy hablando del juicio de valor que una se impone sobre sus mismas experiencias. Por eso a veces no las registramos como experiencias, porque si pensamos que es malo lo descartamos, lo dejamos de lado y negamos la experiencia. Si no abrimos juicio de valor sobre lo que está sucediendo en nosotras mismas vamos a tener la posibilidad de incorporar, de integrar esas percepciones como experiencias propias que nos ayuden a seguir construyendo.
La danza y el cuerpo
– ¿Qué es la soledad? Pienso que la palabra soledad se usa para hablar de estados diferentes. El estar sola porque son las 20 hs. y se cerraron las posibilidades de encuentro / Y el estar sola porque un montón de emociones, pensamientos y sensaciones que pasan por el cuerpo tienen cita conmigo misma y no admiten postergación ni mucho menos cancelación. ¿Cuál es tu mirada al respecto?
– Ambas situaciones son comunes, me imagino que a todas las personas. Las dos están relacionadas con lo mismo. ¿Puedo extenderme para llegar al nudo? Yo tengo la experiencia de haberme sentido sola la mayor parte de mi vida. Era una sensación muy profunda, si bien no fui una persona que haya tenido situaciones de soledad. Sí lo puedo asociar a que soy única hija, pero como única hija soy super atendida, haciéndome sentir que soy la mejor (risas). Siempre querida por todo mi entorno, cuidada, con muchas exigencias también. Después me casé muy joven, tuve una pareja muchos años y yo me sentía re sola. Había momentos en que lloraba a gritos porque me sentía muy sola, y las personas que estaban al lado me decían “¿qué onda? ¿y nosotros?”. Después me separé, mis hijos ya eran grandes y me quedé sola realmente. Me quedé físicamente sola. Y por primera vez no estuve sola. Fue impresionante cómo cambió mi sentir. Porque cuando estuve sola de verdad empecé a tener que comunicarme conmigo misma. Y cuando aprendí eso, dejé de estar sola. No quiere decir que nunca más sentí la soledad. Sí, a veces vuelvo al mismo rollo por un instante pero ya sé de lo que se trata. Y sí, hay algo peligroso en eso, a mí me da la impresión de que es un camino sin retorno (risas). Cuando una aprende a estar con una, deja de existir la soledad y es muy rico. Y la práctica del estar presente está ahí, porque fijate qué loco lo que estoy diciendo, cuando yo dejo de estar presente en mi vida cotidiana es cuando dejo de estar conmigo, cuando empiezo a pensar en el afuera y no desde mí hacia afuera, ¿si? Así que podríamos decir que estar presente es estar con uno mismo, desde uno mismo hacia un afuera. No es cerrado, se practica desde el estar en uno. Estar presente es estar en uno mismo, no con uno mismo. Cuando uno deja de estar en uno mismo deja de estar con uno.
El cuerpo es un gran vehículo para estar en uno mismo. La observación del propio cuerpo lo lleva a uno a universos impresionantes. Después de que una aprende eso, nunca más se aburre. Porque yo estoy sola y quieta, esperando el colectivo media hora pero estoy viendo cómo me estoy apoyando, cómo está mi dedo, mirá cómo estoy respirando, mirá mi coxis, mirá mi cabeza, a ver cómo muevo los ojos para allá. Y es eterno el juego. Y no existe más el aburrimiento.
– Pienso en cómo ese estar en una misma modifica el estar con otres… Me parece que esto tiene que ver con lo que estás investigando ahora, ¿me querés contar acerca de eso?
Estoy en la tarea de sistematizar un modo de componer colectivamente, cuyos pilares son la confianza y el principio de que somos parte de un todo. Trabajamos para hacer de ello una experiencia consciente. La respiración es un vehículo fundamental, y el círculo, como espacio del que partimos y al que llegamos. Cada une de les participantes, incluida yo como coordinadora, formamos parte de ese círculo que nos iguala. Vivenciamos a través de diferentes dinámicas la experiencia que nos hace comprender que al poco de estar juntes en cada une de nosotres hay algo del otre y viceversa. Esto nos ayuda a entrenarnos en no abrir juicio sobre la acción de cada une. Con esta base nos dedicamos luego a lo que llamo los tres registros, basado en una interpretación personal de la “ecosofía“ (concepto de Guattari). Y desde ahí la conformación de un lenguaje que podemos compartir, leer en le otre, para poder componer colectivamente manteniendo la autonomía.
– ¿Te acordás que me habías hablado de la danza como pre-arte? Me gustaría que me vuelvas a compartir esa reflexión porque me pareció muy interesante.
– Bueno, después de que hablé con vos sobre eso, empecé a delinear cómo lo diría yo en pocas palabras y lo escribí. ¿De qué estoy hablando cuando hablo de pre-arte? Ponía algo que me satisfacía: “Considerando los elementos primarios que son necesarios para existir en esta dimensión, podríamos decir que el ser, al vincular a través del movimiento de manera consciente su cuerpo, el espacio y el tiempo, genera un acontecimiento que podríamos llamar danza. A veces realizamos esa acción sin más objetivo que mantenernos vivos. En esos casos podríamos decir que no alcanza la categoría de arte, si consideramos al arte como una producción estética del ser humano con el objetivo de comunicar una manera de ver el mundo.”
– En el sentido de que nacemos bailando…
– La vida es movimiento. Si no hay movimiento no hay vida. ¿Alguna vez te diste cuenta de eso? Nosotros nos movemos para mantenernos vivos. Y muchas veces podemos ser conscientes de cómo nos movemos si vamos relacionando el cuerpo con el espacio y con el tiempo en un juego, solo para mantenernos vivos. Si bien podría verse como una danza, no tiene el objetivo estético comunicacional.
– Me comentaste que algunas danzas tienen pocos espectadores porque da miedo ver a un cuerpo que no es dócil como se espera. Y buscamos docilidad en el diccionario: “Que acepta con agrado hacer lo que se le manda y que es fácil de educar”. A raíz de esto te pregunto: ¿Cómo es el cuerpo que baila?
– Cuando decís “cómo es el cuerpo que baila” parece que el cuerpo que baila fuera una entidad aislada. El cuerpo que baila tiene que ver con el ser que está en ese cuerpo. El cuerpo que baila es la manifestación del ser que vive en él. Así que si le bailarine está domesticado se vuelve dócil y su cuerpo también. Si le bailarine alimenta la semilla de la insurrección, su cuerpo se vuelve insurrecto, sublevándose contra las reglas que le imponen formas que inhiben su expresividad.
La danza y el espacio
– Pienso en las danzas insurrectas y sus manifestaciones en la calle. ¿Qué pasa con el cuerpo en el espacio público en contexto de pandemia?
– Yo creo en el valor de la insurrección y en la necesidad de organizarse para ser insurrectos socialmente. Ahora, siento que ser rebeldes a una autoridad solo por manifestarnos individualmente como rebeldes, es inmaduro, bastante peligroso, y no facilitaría una construcción colectiva. Nadie nos prohibe bailar en una plaza, lo que está prohibido es bailar abrazando o tocando a otres. La situación nos está exigiendo que seamos más conscientes de nuestro cuerpo en el espacio público, y eso no es una limitación, no inhabilita por sí mismo. Si nosotros somos conscientes de cómo nuestro cuerpo está puesto y expuesto en ese espacio público, cómo nuestro cuerpo se relaciona con el espacio y con les otres, podemos hacerlo. Y que no hacerlo si, ya tiene que ver con que nosotros mismos nos negamos las posibilidades. No hacerlo si podría significar un gesto de extrema docilidad, si es que tenemos deseos de hacerlo, ¿no? Si tenemos deseo de hacerlo y no lo hacemos, significaría un gesto de extrema docilidad y domesticación.
– Creo que las personas que más preparadas están para mostrarnos y hablarnos sobre conciencia corporal son las bailarinas y bailarines. Tienen un saber importante para la sociedad hoy…
– Humildemente coincido con vos. El tema es que hay que saber que uno sabe. Hay que tomar conciencia de lo que uno sabe. Si no queda en una nebulosa que ni siquiera se puede llamar práctica y que no se puede compartir de manera consciente.
– ¿Qué tienen para dialogar el arte y la identidad?
– Si relacionamos identidad con identificación, de base sabemos que no es un concepto rígido, que la identidad es dinámica. Va tomando forma de maneras diferentes en distintos momentos de nuestras vidas. A mí, decir “yo soy esto de manera definitiva”, me cierra tantos caminos. Sé que fui cambiando durante todo el transcurso de mi vida. Sé que hay algo muy profundo, algo esencial que es lo que soy, pero que me trasciende. Entonces, esto que yo alcanzo a conocer de lo que soy va cambiando todo el tiempo. Así mi identidad se va enriqueciendo. Voy siendo esto, pero también esto, pero también esto, y me puedo identificar cada vez con más cosas, o cada vez con menos, vaya a saber. Y en la obra, en Cuenca, es un tema disparador. Eso que te conté de la soledad era una sensación arraigada a mí, el sentirme paria, el sentirme que no pertenecía. Aún siendo contradictoria esa sensación con mi experiencia, porque tenía un lugar en cada lugar en el que estaba, eso siempre fue así para mí. Bucear en algunas cuestiones que tienen que ver con la identidad relacionada al territorio en el que nací y vivo, ayudó a que se aclararan algunas conflictividades que hacían que tuviera algunas sensaciones como las que te manifestaba. Al integrar elementos a esa identidad puedo expandirme y puedo sentirme más parte de todo, y menos “algo”. Cuando hablo de la identidad como algo que se expande y a la vez se vuelve más interno, se me viene a la cabeza una adivinanza que mi papá me decía cuando era chica: Es más grande que todo el mundo y es más chica que un grano de arena, de eso comen los muertos y el que no come eso se muere.
(Silencio)
¿Qué comen los muertos? ¿Comen algo?
– Nada.
– La nada. Más grande que el mundo entero y más chico que un grano de arena. No sé por qué lo asocie a la identidad. Qué bárbaro como una dice cosas que no saben de dónde les salen. Ser más parte de todo, de todes y de todo lo que vivo, sentirme más en relación, ser parte de la red y ser menos algo. Ser menos yo, en el sentido egocéntrico.
– ¿Querés contar la experiencia que me compartiste en nuestra primera charla, de cuando te abrazó esa mujer en el encuentro?
– Fue en 2017. La conocí a Moira Millan, una referente mapuche muy conocida que es una de las que iniciaron el movimiento de recuperación de tierras en el sur. La había invitado Bernardita Zalisñak a Concordia a dar una charla en un contexto de debate sobre genocidios en nuestro país. La fui a escuchar y flashié. Qué bárbaro, me abrió los ojos. Tanto es así que al otro día daba una charla en Salto y nos organizamos con unes amigues para ir a escucharla de nuevo. Ahí nos habló de este encuentro que se iba a hacer en Chascomús, con representantes de 36 naciones originarias del territorio que llamamos Argentina. Eso fue a principio de año y el encuentro era a fin de año. Decidimos ir al evento organizado por el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir. Moira Millán es una de ellas. Ahí éramos personas de todas las etnias, porque era abierto, en la organización también había “blancos”, pero éramos minoría. Fueron tres días super intensos. Estábamos desde la mañana hasta la tardecita/noche juntos, comíamos juntos, todo el día en un club. Fue muy fuerte para mí. Ahí tome conciencia real de lo que hablamos cuando hablamos de una historia negada, de una historia que no es historia solamente, que es presente. Entendí de dónde venían mis conflictos internos, en esta discusión interna con este país siendo yo descendiente de inmigrantes. Un cuestionamiento constante a esta forma que tiene este país y que no terminaba de entender desde dónde me venía todo esto. Ahí sentí como una cachetada que no te podés hacer más la boba, ya sabés de dónde te viene todo ese sentir. No eran ellos, ellas, los que me hacían sentir así, porque en realidad el buen vivir habla de integrarnos, de que podamos vivir bien todes juntes de acuerdo cada une a su cosmovisión. Ellos no me hacían sentir que yo era la mala. Era una sensación propia de asumir una responsabilidad que se me hizo clara en ese momento, de sentirme yo la invasora, la blanca rubia. Toda mi vida eso había sido una plusvalía, aunque no me hiciera sentir muy cómoda, pero haber sido una nena rubia de ojos celestes me abría algunas puertas aún a mi pesar. Cuando pude ver todo el mapa en presencia, el mapa no solo desde lo físico sino desde la historia, desde sus relatos y experiencias, se me hizo muy visible eso que me había pesado siempre.
Sentí una liberación de eso cuando estábamos en el final. Habían armado un cierre que era bastante formal. Una referente qom de Córdoba, abogada, que de una manera bastante clara y fuerte con su accionar me dio más de una lección esos días, dijo: “Despidámonos como nos despedimos nosotros, vamos a cantar una canción y vamos a hacer un círculo“. Cantamos una canción en qom, ella la decía y nosotros la repetíamos hasta que la aprendimos, en un círculo gigante como de 300 personas. Las personas que habían organizado el encuentro, que eran como 10 o 20 de distintas comunidades, habían cocinado… habían hecho todo esos días porque era un encuentro a pulmón, estaban todos en un frente fijo y los demás íbamos girando y pasando por donde estaban ellos, saludándoles y agradeciéndoles, mientras cantábamos esa canción qom que se había convertido en un mantra. Cuando llegué al lugar para saludar a cada una de esas personas, enfrenté a una mujer de un pueblo originario. Cuando nos miramos, me abrazó y me puse a llorar como una niña. Fue un acontecimiento, ese momento en que las cosas suceden y el universo se abre hacia otro lado. Después, cuando veníamos en la camioneta relatando cómo había sido la experiencia para cada uno, yo les decía que en ese momento sentí que era recibida por los dueños de la tierra. Que por primera vez sentía que era recibida. Había sido un acto de sanación para mí. Pero no fue intelectual, fue un resultado de la experiencia de ir percibiendo todo lo que me iba sucediendo en ese momento. Cuajó y me disparó. Y empecé a sentirme menos paria. Empecé a entender. Después vino la obra Cuenca, que está atravesada por todas estas cosas. Yo puedo sentir que en realidad soy un poco blanca y un poco originaria y un poco negra, que todas esas cosas confluyen en el territorio donde yo vivo y que mi cuerpo se constituye en este territorio, así que de este territorio también tomo cosas y no solo de los genes que vienen de mis antepasados. Hay algo de lo que uno respira que forma parte de uno.
web cultural de Concordia y la región
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