Fotos: Fany Postan
Entrevista a Natalia Palacio |
por Fany Postan |
Natalia Palacio es actriz y directora, acompañante terapéutica recibida de UADER y tallerista en el “Taller de Teatro con Abordaje Terapéutico”, que funciona desde hace 6 años en Concordia. En este espacio artístico nació “El Furgón”, grupo de teatro independiente, que el domingo 24 de abril presenta su tercera obra “Catarsis” en un formato de “trabajo en proceso”, en la sala de Pueblo Viejo.
¿Cómo nació el Taller?
“Cuando cursaba la Tecnicatura de Acompañamiento Terapéutico en la UADER, una profesora de filosofía, Marcela Páez Andrade, organizó un voluntariado como proyecto de extensión en el hospital Felipe Heras. Se me ocurrió realizar un taller de teatro con las personas que estaban internadas en lo que en ese momento se llamaba la “Sala 8”. Desde los 16 años yo me había formado en teatro con diferentes maestros: acá, en Buenos Aires y en Villaguay. Y arrancó esa primera experiencia. Después quise hacer una experiencia en la ciudad ya no dentro de los muros hospitalarios. Me contacté con Bernardita Zalisñak y ella abrió las puertas de Gestión Preventiva. Empezamos en septiembre del 2016 y en mayo estábamos estrenando la primera obra”.
“Mi intención era derribar los estigmas que hay con respecto a la locura peligrosa. Las invitaciones las hacíamos a un taller dirigido a personas que atravesaban un padecimiento mental o alguna discapacidad, pero abierto a la comunidad. Fue una sorpresa, porque venían personas que no tenían ningún diagnóstico de base y se quedaban igual. Creo que fue la primera experiencia que derribó esta barrera de “los locos con los locos y los normales con los normales, que es una falacia”.
¿Por qué será que algunas personas nos sentimos más cómodas entre locxs?
“En la locura no hay maldad. Se muestran las personas tal cual son. Y esa comodidad no la sentí con personas que se creen normales. Me gusta muchísimo más dirigir y crear con personas con algún diagnóstico de base que con las que no lo tienen, porque hay un vuelco expresivo sin tapujos, juegan y confían mucho en las indicaciones de dirección”.
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“Cóctel de pastillas” fue la primera obra de El Furgón, que surgió a partir de que uno de los compañeros, Silvio Diez (asesinado en enero de este año en un crimen de odio), compartió una experiencia traumática que había vivido en un hospital de Diamante. “Eso empezó a ser lo que Pichon Rivière le llama ‘el emergente’: todas las personas que asistían al taller habían sufrido violencia psiquiátrica e institucional. Les propuse hacer una obra de teatro con esto, siempre tomándonos de cuestiones teóricas, no al azar. El desafío era ‘transformar lo siniestro en maravilloso’, como dice Pichon Rivière. ¿Cómo lo hacíamos? Con el humor, no había otra”.
“La historia es sencillísima. Arranca en la sala de espera y después se traslada a un consultorio. Este grupo tiene la capacidad de darle otro significado a las tragedias que han vivido. Se predispusieron al juego y se dejaron dirigir por donde yo más o menos veía que queríamos ir. Cuando teníamos toda la estructura convoqué a Fabián Nardini, que nos dio una mano importante en esa primera dirección. La obra se transformó en un hito de la salud mental de la ciudad porque fue la primera vez que un grupo de locos y locas llevó a cabo una obra teatral, con un éxito increíble. Estrenamos en La Cigarrera, hicimos tres fines de semana y metíamos a más de 100 personas en esa sala. Y seguían llegando personas. Llegamos hasta el Congreso Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos en Montevideo, representando a Concordia. Después viajamos por la provincia. Presentamos también en Pueblo Viejo y la llevamos a escuelas primarias, secundarias, universidades, plazas, a la calle, y siempre fue muy graciosa”.
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Este año El Furgón encara la filmación de un largometraje ficcional basado en “Auténtica”, que es la segunda obra del grupo, protagonizada por Brenda Ayala y estrenada en plena pandemia. Será la primera vez en Concordia que un elenco integrado formará parte de una película. “A estas personas, que ya les cuesta muchísimo transitar en sociedad, que muchas veces esa sociedad los deja solos y solas en sus hogares, dejan esas soledades y se encuentran en un proyecto” – cuenta Natalia Palacio refiriéndose a una de las bases teóricas del taller, que es Alfredo Moffatt con su “Filosofía existencialista”. También utiliza herramientas del psicoanálisis (aunque aclara que “sin psicoanalizar porque no es nuestra función”); Tato Pavlovsky con su “Microteatro político”, y la “piedra filosofal”: Augusto Boal, con su “Teatro del oprimido”.
“En el taller cuentan algo que les pasó y se prestan al juego. Terminamos riéndonos de quienes han oprimido, de esos psiquiatras que han sobremedicado, de esas enfermeras que les decían “Levanten las patas” en una sala de internación. Esas risas en el público resignificaron esos hechos dolorosos”.
¿Qué lugar ocupa lo grupal en cuanto a lo terapéutico?
“Mucho, y tiene que ver con el sentido de pertenencia grupal. Porque existen ante la mirada de un otro (este es un concepto psicoanalítico). Pero no es ese gran Otro que les enfermó, sino de un grupo que aloja (que es otro concepto del Psicoanálisis). Al verse reflejado en un grupo que no va a estigmatizar, todo lo contrario, que va a entender, que no te va a juzgar, hay cambios importantísimos. El ejemplo que me viene a la mente es Brenda Ayala. De cómo entró al taller a cómo es ahora: empoderada, militante de los derechos de su comunidad. También el grupo nos ha servido en situaciones complicadas de delirio. Vamos al caso de una persona que estaba muy delirante pero al momento de salir a escena conectaba con su texto, no se perdía. Terminaba con la escena y volvía a su delirio. Hasta que después, gracias al grupo que acompañó el proceso, pudo retomar su tratamiento. Me causa nostalgia porque fue una compañera que perdimos en la pandemia por Covid, Paulina. En los últimos tiempos ella pudo sostener su tratamiento y llevar una vida mucho más vivible que la que tenía antes y en los inicios del Furgón. Y hasta el último momento fue muy querida por sus compañeros y compañeras. De estar internada o atada a una cama a que los aplaudan de pie”.
¿Es una técnica que has desarrollado por escrito?
“Si, la escribimos junto a Tamara Chiappa y María Elordi, que son colegas acompañantes terapéuticas de la Uader. La hemos presentado en un Encuentro Argentino de Acompañamiento Terapéutico que se hizo de manera virtual el año pasado en Tucumán, y también en un seminario que desarrollamos en la Universidad de Salta donde presentamos estas experiencias. ‘Digo estas’ porque no es únicamente la experiencia del Furgón. Se replica en otros centros: en el Centro Educativo Terapéutico Concordia hace 5 años ya, y en la Unidad Penal 3 de acá, con la misma metodología. Que tampoco la inventé, lo que fui haciendo es replicar esas técnicas y aunarlas en un taller de teatro. Pero no solamente para personas con discapacidad o con diagnóstico psiquiátrico, sino abierto a la comunidad. Al taller asisten docentes, jubiladas docentes sin ningún diagnóstico, jóvenes, adolescentes, acompañantes terapéuticos, autistas, artistas de la ciudad… Ahora somos 25 más o menos en El Furgón”.
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“La salida es colectiva y comunitaria”
Es una consigna que se repite en cada entrevista de FutuRaíz. Así como una crítica a la falta de acciones sociales por parte del Estado.
¿Cómo se sostiene económicamente el Taller?
“Desde el principio fue un grupo autogestivo. Esa era mi intención por tener una cierta libertad, porque al depender de alguien económicamente vos tenés que responder. A partir de este año la Dirección de Cultura está solventando los honorarios de las talleristas. Es algo que venimos pidiendo hace mucho tiempo y hacían oídos sordos. La Dirección de Discapacidad miraba para otro lado, se tiraban la pelota entre ellos. Muy poquitas cosas de la Dirección de Discapacidad hemos conseguido, en principio no hemos conseguido un reconocimiento. En muy pocas ocasiones nos han brindado el traslado en una combi. Nos cedieron un lugar en la Dirección de Tránsito y de un momento a otro no nos contestaron por qué no podíamos seguir yendo. Quedamos en la calle de nuevo”.
“De estar internada o atada a una cama a que los aplaudan de pie”
“Ahora volvimos a donde empezamos, a unas oficinas de la Dirección de Gestión Preventiva, que quedan en Alberdi 198. Es un espacio acorde y accesible, en el sentido que quedan las paradas de colectivo cerca. A una persona que tiene depresión, creeme que le cuesta muchísimo salir de su casa, entonces si se hace el taller en un lugar menos accesible, cuesta mucho más. Actualmente en el taller hay varias personas que después de la pandemia sobre todo están con diagnóstico de depresión, esquizofrenia, síndrome de Down, bipolaridad, retraso madurativo. Pero el diagnóstico no lo consideramos mucho. Como dice Alicia Stolkiner: sirve para poder desarrollar alguna estrategia para mejorar la calidad de vida desde el ámbito de la salud. Si el diagnóstico se empieza a nombrar en otros ámbitos, como el educativo, se empieza a estigmatizar a la persona y se convierte en una etiqueta”.
¿Cómo percibís que la sociedad concordiense encara la inclusión de lxs locxs?
“Encararía la reflexión por dos diagonales. Por un lado hay un vacío muy grande en la ciudad de hospitales de día y de casas comunitarias públicas. Muchas veces estas personas necesitan esa patita, nada más. Ahora hay otras “casas de medio camino”, pero privadas. Hay una deuda muy grande del Estado en cuanto a la Salud Mental. Hay una ley que no se está cumpliendo y no está en vías de cumplirse, porque no se habla en la ciudad, y en la provincia muy poco. Todavía le seguimos llamando la “nueva” Ley de Salud Mental y hace 10 años que se aprobó. Por otro lado iría por el vacío que hay con respecto al artista loco o loca, porque creeme que le cuesta muchísimo más llegar a un ensayo, actuar, aprenderse un guión, a una persona con un diagnóstico de depresión, esquizofrenia, bipolaridad, que a una persona que no lo tiene. Me parece que hay una diferencia positiva en cuanto al sacrificio que hace el grupo. Yo veo que en otras ciudades el teatro inclusivo está volando. El teatro Cervantes, por ejemplo, está realizando obras accesibles, desde audiodescripción, no solamente desde una rampa. Y acá en Concordia todavía nada. Digo ‘todavía’ porque tengo la utopía de que así suceda, que se considere a estos artistas a quienes les cuesta mucho más que a otras personas. Manejan sus manías, sus depresiones, sus fobias, y aún así hacen obras increíbles”.
¿Articulan con otros grupos y organismos?
“Si. Hay personas del hospital que están dispuestas a hacernos algún nexo en circunstancias en las que alguna persona del grupo está en crisis y necesita un turno, que no puede sacarlo por sus propios medios. Contamos con eso pero no formalmente, sino por predisposición de personas que están ahí y nos responden un mensaje en momentos cruciales. María Elordi fue fundamental en el grupo, por ejemplo. En período de pandemia acompañó las fobias. Cuestiones sencillas como ir a comprar, hay personas que no lo pueden hacer por sus propios medios. Y ahí falta la patita del Estado. La salud mental no está solamente dentro de un hospital, en un consultorio. No, tiene que ser algo de la comunidad. Hay que impedir que la persona termine en una sala de internación psiquiátrica y hay muchos pasos que no se están haciendo. Puedo afirmar que gracias al taller de teatro “El Furgón” hemos prevenido varias intervenciones psiquiátricas. Orgullosa lo digo (risas). Decimos que los talleres son pastillas que no dañan el hígado y que curan las heridas. No tienen contraindicaciones. El acto artístico, que no solamente es el teatro, ha salvado a personas de muchísimas otras cuestiones más sufrientes. En ese sentido yo creo que tiene que haber muchas más de estas experiencias. A veces pienso en quienes están en barrios periféricos y no acceden, y se ven situaciones de personas con discapacidad que pareciera que están en el paradigma de la edad media: el loco solo en una habitación, oculto”.
¿Cómo tirarle una soguita, ayudarles, cuando el refugio es el ensimismamiento?
“Apalabrar, escribir. Al menos a mí me ha servido la dramaturgia para salvarme de mi propia locura, que tiene que ver con el malestar que me generan las injusticias que veo en el mundo. Y en ese sentido creo que las letras son sumamente terapéuticas. Y el encuentro con lo otro, que no estigmatiza. Volvemos a Pichon Rivière con las experiencias grupales. La salida es colectiva y comunitaria”.
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