“Así sucede en Rundevoll” – episodio 18

              Debo admitir ante el mundo que mis últimos días en Rundevoll han sido extraños en una manera exagerada. Un sentimiento frío nacía de mis adentros mientras yo recorría las calles con mi bicicleta repartiendo la tanda de diarios como cada mañana. Sin embargo, algo muy raro había comenzado a gestarse en esos últimos días, y yo podía sentirlo. Ya prácticamente nadie hablaba: las calles de la ciudad se poblaron de un silencioso misterio que mi mente era incapaz de comprender. Y no solo sucedía que la gente se privaba de hablar, sino que tampoco leían, por lo que nadie detenía su estático andar para comprar un periódico. A raíz de esto, como se podrán imaginar, dejé de trabajar.

              El haber dejado de trabajar significó que mis recorridos perdieran el sentido o el fin, pero, a falta de alguna otra cosa para hacer, seguí con mi costumbre de pasear por Rundevoll. La avenida parecía seguirme los pasos, y caminaba con el único objetivo de distraerme de aquel silencio y tedio mortal que parecían tornar todos los colores del mundo en una amplia gama de gris. Y lo estaba logrando. Es más, iba yo tan absorto en mis pensamientos que casi no me detuve al escuchar aquellas voces retumbando en el eco de un salón no muy lejano. Me había olvidado de lo sorprendente que era escuchar hombres y mujeres con ese estado de emoción: algunos gritando, otros hablando casi entre sollozos. La explicación emergió casi de inmediato, y me vi parado frente al gran teatro con imponentes carteles que anunciaban una obra que, hasta donde sabía, se estaba interpretando en el momento, y entré.

              «En el fondo todo esto es un cuento, están haciendo literatura», decía un joven actor interpretando no sé qué papel de la obra en cuestión, justo al momento en que yo entraba a la sala que se encontraba totalmente vacía, excepto por los interpretantes. «¡Qué dices tú! ¡Esto es vida verdadera, señor mío, pasión!» Gritó un hombre andrajoso que, por lo que entendí luego, sería el padre del muchacho que habló primero. Al principio pensé que se trataba de un ensayo, pero el cartel explicitaba muy bien que la obra se desarrollaría en ese horario, y los actores parecían estar cumpliendo esa orden al pie de la letra a pesar de la desventaja de carecer de todo público. En ese momento me retiré, temiendo que mi presencia acabara siendo más centro de atención que los propios actores. Sin embargo, en los días que siguieron a ese seguí pasando por ese viejo teatro y siempre encontraba lo mismo: el mismo elenco de actores actuando la misma obra sin público alguno.

              La situación de la compañía de teatro no había hecho más que incrementar el clima de misterio que la ciudad ya proveía, por lo que todos los caminos de mis pensamientos llevaban a una misma idea que terminé por llevar acabo. Así, un día fui exactamente a la hora que la obra comenzaba y me quedé allí hasta el final. Al terminar, el telón se cerró y pude detenerme a hablar con el Director, que no era el director en sí de la obra, sino un personaje con ese nombre. Le pregunté el motivo por el cual no dejaban de actuar, aún sin público, y me explicó que actuar es representar un papel, y la actuación va mucho más allá de tener o no tener público, o de estar o no en un escenario. En la vida diaria, fuera del teatro, separados unos de otros, siempre actúan. Según me dijo, ellos están condenados a eso por su condición: son videntes. Son personas con acceso al futuro, por lo que saben exactamente todo lo que pasará en sus vidas siempre. Son personas sin sorpresa, sin expectativa alguna. «Tenemos nuestra vida, nuestro destino, escrito, como lo tienen todos. La diferencia es que nosotros tenemos acceso a la obra de nuestra existencia, conocemos el libreto de memoria. Sabemos todo lo que pasará, conocemos nuestros personajes de pies a cabeza. Todo lo que nos queda por hacer, luego de eso, es interpretar los roles que nos fueron dados. Por eso actuamos». Me quedé sorprendido por esto, pero con una última pregunta en el tintero. Una pregunta que bien anula y exime de culpa a todas las demás: si todos en Rundevoll tienen el destino sellado y la vida escrita: ¿quién la escribe?

 

por Juan Zimmermann

 

“Así sucede en Rundevoll” – episodio final

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